Decimos que esta época es un desierto y que este desierto se profundiza sin cesar.
El desierto es el progresivo despoblamiento del mundo.
La costumbre que hemos adquirido de vivir como si no estuviésemos en el mundo.
El desierto se encuentra tanto en la proletarización continua, masiva y programada de las poblaciones, como en los barrios residenciales californianos, ahí donde la angustia consiste justamente en el hecho de que nadie parece sentirla.
Nada de lo que se expresa en el marco de la política clásica podrá jamás detener el avance del desierto, ya que la política clásica forma parte del él.
Abstrayendo y separando a los humanos de la red de cosas, de costumbres, de palabras, de fetiches, de afectos, de lugares y de solidaridades que conforman su mundo sensible y les otorgan su
consistencia propia, la política clásica propaga el desierto.
Frente a la evidencia de la catástrofe, están los que se indignan y los que toman nota, los que denuncian y los que se organizan.
Estamos del lado de los que se organizan.
Organizarse quiere decir: partir de la situación y no recusarla. Tomar partido en su seno. Y tejer las solidaridades necesarias, materiales, afectivas, políticas.
Organizarse quiere decir: dar consistencia a la situación. Tornarla real, tangible. La constitución en fuerza de una sensibilidad. El despliegue de un archipiélago de mundos compartidos y habitables. La asunción colectiva de lo que nos ata a la vida.
Para nosotros, no hay amistad que no sea política.
Se reúnen aquí un conjunto de escritos hermanos, un conjunto de textos que emanan de un mismo punto del espíritu cuya localización se indicó, en otros lugares y entre otras mil posibles, mediante la mención Tiqqun o Comité Invisible.