No tenemos tiempo para nada. La familia, los amigos, el deporte u otras manías quedan siempre en segundo plano. También el cultivo del pensamiento, que supuestamente es una de las cosas que identifica más y mejor a nuestra especie, permanece a la espera. La prisa nos abruma.
En este contexto precipitado necesitamos tiempo para descubrir el tiempo. Un oasis de pensamiento que empezamos a explorar gracias a prestar atención aquí y allá: reseñamos las observaciones resultantes, planteamos sendas cuestiones estimulantes y aguzamos el juicio mediante el ejercicio compartido de conversar, conocido como diálogo. No en vano, Ramon Llull auguraba taxativo: Pensar por uno mismo es el único proyecto en la vida.