Con fascinación y horror, a partes iguales, seguía el mundo la construcción del coloso de hierro que se levantaba en París como gran atracción de la Exposición Universal de 1889. Entre los enviados especiales de la prensa se encontraba doña Emilia, una experta viajera y eficaz reportera que da cuenta en estas crónicas de los pormenores del acontecimiento. La vemos lidiar con sus cocheros, protestar por los precios de los hoteles, evaluar la situación política, reflexionar sobre algunas de las figuras de la cultura, extasiarse ante las novedades tecnológicas o calibrar la oportunidad de la moda del momento: el traje pantalón al que alaba entusiasta en pro de la libertad de movimientos de las mujeres. Es un París que conoce bien, hervidero de novedades, intrigas y excentricidades que ella recoge con talante ameno, chispeante y hasta divertido. La escritora disfruta prestando sus ojos y oídos a lectores lejanos que, como ella, admiran la batahola de sucesos que trae la modernidad a la entonces capital del mundo.