Todos los veranos, a principios de los 60, un Simca color cereza recogía a la familia y se iniciaba el viaje ritual hacia el paraíso. El destino: una batería militar situada en una zona alejada y solitaria de la costa mallorquina. Así arranca Solsticio, con una escritura solar como el mismo verano, que atraviesa la infancia y la convierte en una meditación mediterránea de gran belleza.
Las pequeñas historias y las liturgias cotidianas de entonces adquieren aquí una intensidad mágica: el baño en calas vírgenes; los paseos por la montaña; la presencia bíblica de las cabras; las lecturas; la fortificación militar; la observación de las estrellas… Y detrás de todo eso, una manera de entender la isla y una forma de vida ya desaparecidas.