Lázaro tiene un sueño al que le teme, pero un sueño al fin. Ha escuchado cientos de veces que los sueños deben perseguirse aunque sospecha que esta vez tendrá que ser valiente. Primero, sin embargo, habrá de preguntarse dónde se consigue la valentía. ¿Detrás de las burlas de sus compañeros que no comprenden que a él le guste coser vestidos para sus muñecos? ¿Bajo la sombra fresca de los pasillos de la escuela donde a Lázaro le está prohibido jugar al elástico con las niñas? ¿O en casa, dentro de la sonrisa mortificada de su mamá y de su papá, que lo miran como si algo estuviera saliendo mal todo el tiempo?
Por suerte, Lázaro vive en un pueblo en el que el horizonte está compuesto por el mar, un río y una espesa línea de manglares donde las gaviotas se convierten en flores blancas al atardecer. Creer en la magia no es difícil, y mucho menos cuando se tiene amigos como los que Lázaro descubrirá entre las honestidades y atrevimientos de un callejón.