Septiembre de 1942. Soy el doctor Frank Bruce. Nunca había trabajado con el inspector Rathbone, hasta que recibí la llamada de Scotland Yard. Sir Reginald Mortimer, un conocido político, había aparecido asesinado en su mansión con un golpe en la cabeza. Sin que nadie supiera exactamente por qué, alguien se coló en su casa y lo mató durante la noche.
Cuando iniciamos la investigación, al momento nos dimos cuenta cómo nadie parecía realmente apreciar al difunto: ni su mayordomo, ni su hijo Joseph que vivía con él, ni sus hijas Sylvia y Vanessa, que habían cortado la relación con su padre después del suicidio de su madre... Lo singular era que, conforme íbamos conociendo gente, el móvil del crimen seguía siendo todavía un absoluto misterio.