La sociedad española, heredera del prejuicio que no admite disidencia o heterodoxia alguna en autores consagrados, sigue percibiendo a escritores como Josep Pla, Joan Oliver, Gaziel, José Ferrater Mora, Josep Maria Castellet, los hermanos Ferrater, Joan Margarit o Pere Gimferrer como si de veras hubiesen sido siempre canónicos: personas dóciles y obedientes, atadas a sus intereses egoístas o adaptados siempre al mejor postor o al interés más rentable. Para Jordi Gracia, en cambio, las mejores páginas de todos ellos contienen una rebeldía intraburguesa estimulante y transgresora al margen de su ubicación política a derecha o izquierda. Han sido burgueses, sí, exigentes con su clase, más irónicos que dogmáticos, más ecuánimes que sectarios, y por tanto "burgueses imperfectos".
Su obra ha sido a menudo una forma de escapar a la moral dominante sin dejar de buscar su sitio en el sistema imperante: escribieron para desmantelar el buen juicio pragmático y la hipocresía defensiva. Han encarnado variantes diversas de la rebeldía resignada o de la insolencia amena; han actuado como ácidos sin efecto corrosivo pero sí correctivo y catártico. No los animó ningún redentorismo mesiánico, pero sí la convicción de que la dignidad ética de una sociedad pasa por decir la verdad, al menos a pequeña escala, en voz alta o baja, ascética o suntuosa.
Buena parte de estos autores han habitado confortable y felizmente una realidad catalana nutrida de cultura y literatura española sin sentirse defensores a ultranza de un patrimonio catalán limpio de adherencias o contagios españoles. No se han sentido leales a la retórica encendida de la Patria, ni de la Cultura, ni de Esencia alguna, sino fieles a la verdad moral lentamente obtenida. Ninguno de los autores tratados en este ensayo ha albergado sentimiento alguno de inferioridad por convivir con la literatura castellana en Cataluña; más bien la han habitado como un ámbito de debate, combate, rivalidad y afinidadades: un espacio vivo.