La aceptación del propio destino fue un principio generalmente reconocido por los romanos, instintivamente orientados al estoicismo. El sentido práctico y material de la vida los llevaba naturalmente hacia una visión estoica de la propia existencia. Los romanos no produjeron por tanto, salvo una excepción, una filosofía propia que se caracterizara por una nueva y original visión del mundo y del hombre.