Si bien el positivismo es anterior al advenimiento del gomecismo y persigue, en esencia, metas diferentes, se adhiere de manera prácticamente indisoluble a la causa del gobierno y llega a convertirse en uno de sus principales instrumentos de legitimación. Así pues, la mixtura entre las ideas positivistas y la forma política a la cual sirven se estrecha hasta el punto de integrar un solo fenómeno.
Este texto –que recoge además, en un epistolario, muestras escogidas y elocuentes de la relación entre los intelectuales y el personalismo gomecista– analiza la justificación del gobierno de Juan Vicente Gómez por cuatro de sus más conspicuos partidarios y fieles servidores: Pedro Manuel Arcaya, José Gil Fortoul, Laureano Vallenilla Lanz y César Zumeta, quienes se valen de los principios del positivismo para construir una laboriosa apología del mandato autoritario. De esta forma, si el gomecismo implicó la primacía absoluta de un hombre en la génesis de la Venezuela contemporánea, el positivismo sirvió de ropaje erudito para presentarlo como el único régimen capaz de conducir hacia el progreso a una sociedad inestable a través de una autoridad robusta.
Se justifica, de este modo, el personalismo de Gómez, de quien dependen la paz y el orden; y se justifica la presencia de los intelectuales positivistas, únicos calificados para aplicar una teoría coherente que sentara las bases para la creación de un Estado nacional.